jueves, 30 de septiembre de 2010

Otoño


Hay quien llega a casa por Navidad pero haciendo un repaso de novedades en el calendario, he encontrado que las páginas se han llenado de "salidas y llegadas" para el otoño.
Con las últimas luces del verano ha habido alguna despedida que dolió y sólo la esperanza de que fuera un "volveré" encubierto entre las palabras tristes de adiós, mitigó la pena de la ausencia, eres tú quien se marchó y dejó su sitio vacío de voz , de sentimientos, de paciencia, pasión y humanidad… Ese fuiste tú.
Va por ti que olvidaste las escobas de la alegría, de la esperanza, del afecto y el humor, huérfanas en la prisa de una carrera desenfrenada a la búsqueda de ti mismo y tu dura lucha.
Y eso va también por ti, que ensordeciste el eco de tu risa, de tu ternura y de tu cariño, en los silencios de una marcha sin razones.
Vuestros silencios me llevan a interrogaciones sin límites y aunque sé que estáis ahí, porque os intuyo, quisiera poder decir AQUÍ para tener la oportunidad de mimaros el alma.

Y llegó quien, ocupa su lugar no sin los titubeos de la timidez primeriza que inevitablemente acompaña en los inicios de intensos sentimientos.
Bien llegado, duende de las cosas y de mi alma, porque te necesitaba y volaste hasta mí envuelto en alas de mariposa y prisa de infinitos “Te Quiero”.

Y por supuesto estáis vosotros, los que permanecéis cada cita inasequibles a las tormentas y a los desmayos. Los que hacéis que cada vez que levanto los ojos, mis sentidos se llenen de paz. Aquellos por los que algunas noches dejo todo, excusándome ante anocheceres, cielos, lunas y estrellas para mirar y oír y descansar entre sorpresas, interrogantes, acordes y bienestar.

El otoño está dorando la vida. Vuelve a manchar de nubes el cielo, de verde-azules el mar, de colores el corazón y de hojas los caminos.
Nos ha vestido cálidos, suavizando las aristas de aquellos susurros de la canícula que repiten que tú no estás, que TÚ has llegado y que vosotros permanecéis.

El nuevo tiempo ha de ser generoso, porque le debo decir que no quiero que nunca nadie, se marche más de mí, que nunca más deseo decir adiós.
Las despedidas son duras, son amargas, las despedidas cuando son para siempre dejan sin lágrimas las manos y sin articulaciones las palabras, dejan los cajones vacíos de risas y los rincones carentes de olores, deja en fin, el eco de la pena anudado en la fragilidad de la cintura.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Silencio


Yo no sueño la vida, yo vivo los sueños y soy un Peter Pan perdido en el universo, que busca desesperadamente la vuelta al País de Nunca Jamás donde todo es posible y nada deja de sorprenderme.

Han tenido que transcurrir días, semanas, quizás mucho más aún, para tener capacidad de leer y escribir, consciente de que ya no serán los mismos ojos los que cada día, en silencio, recorrerán mi alma para luego devolvérmela en cariño, a trocitos y en voz baja.

He esperado que acabaran las tormentas, que pararan los vientos, que huyeran las nubes, que los susurros se trasformaran en canciones y que una lágrima cayera sobre la flor en el camino, perdiéndose en el rocío de la mañana.

Pensé que me había hecho duro y acostumbrado a las despedidas, pero cada una es diferente de las otras y en esas unas y otras, se vuelven desgarros en las entrañas que son irrecuperables.

He peregrinado todas las calles que anduvimos juntos, he regresado a todos los lugares en que vivimos una sonrisa o una palabra. Me he sentado en cada piedra desde la que, amándonos en conversaciones sin fin, mirábamos el mar fuerte y ansioso que espejeaba nuestros anhelos y proyectos.

Necesitábamos vida y la vida nos dio ausencia.

Necesitábamos tiempo y el tiempo estalló en tormenta.

Necesitábamos espacio y nos pusieron cadenas.

Necesitábamos color y nos pintaron el mañana en grises.

Silencio… Necesito silencio.

Sentirme ausente, no participar.

Estar en la reserva.

Que mis palabras no estropeen el aire. No hablar, no sentir, dejarme llevar pasando inadvertido.
Vivir interiormente, sólo hablándole al alma, que ella me escuche, sin ser juez, sin hacer preguntas, sin pedir explicaciones.

Remozarme por dentro en un baño de paz.
Darme tiempo a que el volcán ceje en su erupción, que la lava se apacigüe hasta que no quede sino un manto de piedra al que ya no se pueda lastimar.

Y mientras tanto, no abandonar ni un solo instante la capacidad de seguir vivo.