miércoles, 18 de mayo de 2011

Si los niños votaran


Si los niños votaran, los políticos legislarían para que se pudiera meter propaganda electoral en los bollycaos en lugar de cromos. Si los niños votaran, habría parques más grandes y matemáticas más pequeñas. Si los niños votaran, UPyD habría tratado de fichar a Bob Esponja y Rosa Díez daría los mítines disfrazada de Dora Exploradora. Si los niños votaran, habría más Tuenti y menos Twitter. O a lo mejor no habría ni lo uno ni lo otro. Si los niños votaran, los mitines empezarían con un "¿cómo están ustedeeeees?" y acabarían con un "chimpón". Si los niños votaran, habría un Ministerio de los Sueños, una Secretaría de Estado de las Pesadillas y el portavoz del Gobierno saldría a hablar con una pelota roja de goma en la nariz. Si los niños votaran, Rubalcaba se haría el bajito. O se pondría detrás del títere a tirar de los hilos. Si los niños votaran, las ratas que muerden a los críos de un año en la Cañada Real Galiana serían de peluche. Y siempre sería del menor la Ley del Menor. Si los niños votaran, los candidatos le echarían aún más cuento; Zapatero y Rajoy no renegarían de su condición de Pinochos; y ni Camps ni Chaves abjurarían de su naturaleza de Alí Babás. Si los niños votaran, las arengas del político se harían con un bajavoz en vez de con un altavoz, y Bildu sólo sería el nombre de un muñeco que se ilumina por la noche. Como Furby o Gusiluz. Si los niños votaran, Esperanza Aguirre iría a inaugurar pantanos vestida como Pipi Langstrum y propondría que se privatizara el negociete del Ratoncito Pérez. "Papá, ¿qué es eso de votar?" le preguntó un día el hijo al padre. El padre le iba a decir que es "elegir a quien manda" y se acordó de los bancos. El padre le iba a hablar de la "democracia del pueblo" y se acordó de la dictadura del paro. Al final le dijo que si quería una bolsa de gusanitos.

lunes, 4 de abril de 2011

Ilusionista


Despertó sin ruidos al abrigo de sábanas perdidas entre la penumbra que persistía dentro y la luz que se imponía afuera; entre la pereza ajena al horario y la intuición de que algo esperaba en la comisura de una esperanza.
Asida fuertemente al aroma de la taza de café entre las manos, en la semioscuridad del despertar y entregada a la voluptuosidad de las imágenes que en los últimos días habían invadido su mente, soñó.
Sensaciones, sentimientos, deseos, pensamientos que alteraban su pulso y que aún sabiendo inasequibles, no perdían su inevitable atracción.
Gestos e imaginación agitándose caprichosos, insensatos ante la realidad, ilógicos por la fantasía.
Sujeta por la seducción de lo imposible.
Atraída por la fascinación de lo ilógico.
Encrucijada perturbadora, que latía en su sangre con violencia y anhelo.

Permitió al sol de la primavera penetrar por su piel al tiempo que recorría con vértigo la caricia de la fantasía grabada en dos palabras al pie de una sonrisa.
Ella sabía que el juego seguía su curso… Él, que había comenzado la partida.
Ambos, se sabían involucrados al unísono, conscientes de que lo que estaba sucediendo aunque fascinante, sólo llenaría momentos de soledad en noches perdidas quizá desde la intimidad del sofá de un ilusionista...

viernes, 21 de enero de 2011

Una mañana

Una mañana, decidí tomar una vacaciones del trabajo de vivir para meterme de lleno en el fondo de armario de mi alma y así tratar de entender si lo que sucedía a mi alrededor, podía ser modificado con algún tipo de inmunidad
Había tantas cosas que dependían sólo de mí, que comencé un trabajo ímprobo de escarceos y coqueteos indecentes con mi existencia empezando por eliminar todos los gastos inútiles de sentimientos y facturas que sólo ocupaban lugar, dejando rastros secos, duros y nada gratificantes.
Aquellas vacaciones, que preveía cortas, se convirtieron en una apasionante labor que me mantuvo absorto durante un tiempo y, de la que regresé con la seguridad de que había encontrado la forma de poder armonizar lo que, hasta entonces había sido un arduo trabajo.
Empecé a ser, al principio con tímidas incursiones en el VIVIR... pero aquellas ruborizadas apariciones de mí mismo, me resultaban tan gratificantes que , poco a poco, dejé de concebir otra forma de seguir en que no fuera realmente yo con un montón de errores, de estupendas imperfecciones, con la maravillosa capacidad de dudar, llorar, reír, gritar, equivocarme, enmendar, negar, aceptar, querer, no querer, de usar; en suma, todo el abanico de posibilidades infinitas que ofrece nuestro apasionante cerebro.
Ha pasado el tiempo, y cuando vuelvo a hacer balance de los resultados, me siento cómodo porque sé que no soy fundamental en ningún aspecto, ni necesario para nada, ni excluyente para nadie, ni decisivo para que algún engranaje vital siga su camino. Sólo soy yo, pudiendo aprovechar la increíble capacidad de decidir los “síes o noes” que debo usar en cada instante.
Es posible que para mucha gente esto sea algo carente de sentido, algo que obviar porque los retos existenciales de los que se depende a lo largo de toda una vida se deban pesar, medir y contar, en otra moneda más llamativa, aparentemente más remuneradora y clasificable.

“Gracias a la vida, que me ha dado tanto”