miércoles, 27 de octubre de 2010

Un pequeño cuento


El caminante paseaba por la vereda, con las manos en los bolsillos, como casi cada noche, porque era el único lugar dónde podía dejar del otro lado… su mundo, su mente y su diario ir de aquí para allá. Junto al río podía escuchar el ruido cambiante del agua, la música que le hacía subir al cielo y volar lejos de la ciudad que acababa de dejar a su espalda… Una piedrecita aquí, una brizna de hierba allí, una sonrisa por un recuerdo allá, un sentimiento por una pena ahí…
Una noche, cuando andaba en “sus cosas” mirando abstraído el discurrir del agua junto a la orilla, algo llamó su atención, algo pequeño, casi diminuto, un ser extraño y asustadizo que tembló al verse descubierto. El caminante con voz suave le hizo entender que no temiera que, como él, también frecuentaba la vereda para sentir en el rostro el relajante chisporroteo de la humedad del amanecer y los acordes del silencio de su alma. Y el ser diminuto, sonrió… y el caminante sonrió… y lo tomó con ternura entre sus manos y le miró; tenía en sus ojos el peso del mundo, en su sonrisa el brillo de la luna, en su mirada, la serenidad de la noche oscura.
Durante mucho tiempo los dos acudieron a ese encuentro y liberaban su corazón, sus deseos, sus alegrías y sus más escondidos anhelos. Sin saber porqué pero sí cómo, las noches se hicieron más dulces, más serenas, más alegres. Había risas, lágrimas, música, palabras… en fin, sentimientos de esos que sólo algunos corazones son capaces de destapar y compartir.
Pero una noche el caminante no acudió a la vereda, ni otra, ni la siguiente… El ser pequeñito regresaba siempre y buscaba las pisadas de su adorable amigo… pero tampoco las encontraba, así que decidió quedarse allí en la seguridad de que antes o después, la ternura tenía que regresar y tomarle de la mano de nuevo… Y esperó y esperó… y confió y confió.
Pasó el tiempo, pasó el frío, pasó la oscuridad y el silencio… Pasó el universo entero… Y una noche el caminante regresó en busca de su pequeña serenidad de noche oscura. La llamó… la buscó… y cuando ya desesperaba de su suerte, vio algo que llamó su atención… Allí sobre un pequeño lecho de hojas secas estaba su pequeño amigo encogido y aterido de soledad. El caminante le cobijó entre sus manos, intentó darle su calor, su ternura, sus palabras, su música… Hasta que en el silencio de la madrugada escuchó el rumor viento que le decía, “Te esperé hasta que mi corazón y mi cuerpo tuvieron fuerzas para mantener mis ojos abiertos. Te esperé hasta que mis manos se quedaron vacías… Te esperé, pero no tuve fuerzas para más… Tal vez… algún día… en algún lugar…”
Una sola lágrima cayó rodando desde la mejilla del caminante sobre el cuerpo frío de su pequeño amigo… una sola lágrima que no sirvió para que sus ojos se volvieran a abrir, para que su sonrisa volviera a brillar… para que su corazón, volviera a latir.
El caminante jamás volvió a pasear por la vereda del río. JR

No hay comentarios:

Publicar un comentario